El doble by Pablo Poveda

El doble by Pablo Poveda

autor:Pablo Poveda [Poveda, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-06-30T16:00:00+00:00


CAPÍTULO DOCE

Abandoné la finca y salí disparado hacia la capital. Nadie podía detenerme.

La mayor parte del viaje mantuve la mente en blanco. No lograba pensar en nada. En ocasiones, era lo mejor.

Dejé el coche mal aparcado en el interior del recinto del Diario Información, caminé hasta la puerta principal y me encontré, de nuevo, con esa recepcionista. Algo me decía que no lo tendría tan fácil para entrar como en mi última visita.

—Vengo a ver al señor Agulló —dije. Ella miró al guarda de seguridad con complicidad—. Dígale que estoy aquí.

—Lo siento, el señor Agulló no recibe visitas hoy —contestó sin levantar el teléfono—. Le diré que ha preguntado por él.

—Sé que están ahí arriba. Déjeme pasar, es urgente.

—Ya la ha oído —intervino el guardia—. No quieren recibirle. Tenemos órdenes exactas.

Miré al tipo, más proporcionado que yo y con unas manos enormes que podían arrancarme la cabeza de cuajo. Era corpulento, pero también lento. David contra Goliat. Solo porque fuera más grande y más fuerte, no significaba que fuera más listo.

Dado que no me iban a permitir pasar, tenía que desviar su atención antes de correr escaleras arriba.

Miré alrededor de la entrada: sillones para esperar, plantas, mesas de cristal, una máquina de café y un dispensador de agua.

Tenía una oportunidad única y muy poco tiempo para hacerla funcionar. Si salía mal, no me quedaría otra salida que correr.

—Está bien… —dije relajándome y frotándome el mentón—. Como quieran.

Me acerqué al dispensador. El depósito era demasiado grande como para arrancarlo y lanzárselo. Afiné mi agudeza mental.

Agarré un vaso de plástico y lo llené de agua. Menos, siempre es más.

En un movimiento rápido, lo alcé sin perder de vista al guardia.

—¡Cógelo! —Grité y se lo lancé.

El vaso voló por el aire y el agua se derramó sobre él.

Una fracción de segundos que rompió su estado de atención y le obligó a reaccionar de manera inconsciente. El grandullón levantó la vista y mostró las palmas para recoger el vaso de plástico que iba hacia él. Después se echó las manos a la cara para no mojarse.

Me aproveché del despiste, corrí hacia el torno de seguridad, salté y me dirigí a las escaleras como un lince.

—¡Se ha colado! —Gritó la recepcionista levantando el teléfono.

Los trabajadores se apartaron de mi camino. Subí los peldaños de dos en dos, consciente de que mi suerte pendía de un fino hilo.

Cuando llegué a la planta superior, vi la puerta cerrada del despacho. En el interior, oí las voces de ese trío de truhanes. A mi espalda, sentí las pisadas de las suelas de goma del guarda, escuché su respiración entrecortada, ansiosa por machacarme los huesos.

No era una visita pacífica y ellos lo sabían.

Agarré velocidad y le di una fuerte patada al pomo dorado. Sonó un estrepitoso golpe. La madera astillada voló hasta caer en el suelo, la puerta se abrió y vi los tres rostros pálidos, sorprendidos, interrumpidos por mi entrada triunfal.

Román, Agulló y Serrano se reunían alrededor del director del periódico.

Se provocó un ligero silencio.

Agulló levantó la vista enfadado.



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